martes, 2 de junio de 2009

Don José Elduayen y Gorriti

José Elduayen
y el ferrocarril de Langreo



Primer ingeniero español que proyectó y construyó un trazado férreo, el del valle del Nalón, nació en Madrid en 1823, fue ministro de Ultramar y presidente del Senado

... Bien es verdad que para el gusto de hoy, los ferrocarriles corren poco, pero cuando don José Elduayen Gorriti puso en marcha el primer tren que circuló por Langreo es seguro que los lugareños le veían marchar a velocidad supersónica y quién sabe si tanta velocidad no habrá dado que pensar a algún sacerdote o a algún culto poeta local que habría aprovechado la imagen del ferrocarril corriendo y pitando entre verdes praderas para la idea central del sermón del domingo o de un poema elegíaco: «El tiempo va más rápido que el tren. Empieza uno a vivir y ya se hace viejo. Es como subir al tren en El Berrón y bajar en Noreña».

...El primer ingeniero español que trazó un ferrocarril y a quien nos apresuramos a «entrevistar». En la actualidad se dedica a la política, por lo que Flores Suárez escribe que «la evolución de su figura como ingeniero resulta contradictoria debido a la corta duración de este período frente a lo dilatado de su dedicación a la alta política; sin embargo, y al mismo tiempo, tiene en su haber el enorme mérito de haber sido el primer ingeniero español que proyectó y construyó un ferrocarril, haciéndolo en solitario, sin ayuda técnica, con contratistas locales inexpertos y a través de una geografía especialmente complicada».

—¿El ferrocarril de Langreo?

—Efectivamente. Fue el primer ferrocarril español realizado enteramente por españoles: desde el proyecto a la mano de obra. Las dos líneas férreas españolas anteriores a la de Langreo, Barcelona-Mataró y Madrid-Aranjuez, fueron ejecutadas por técnicos ingleses y franceses.

—Además, al hacerse cargo del proyecto del ferrocarril de Langreo usted era muy joven.

—Era joven. Pero cuando se es joven no se detiene uno ante nada.

—¿En qué parte del País Vasco nació?

—Nací en Madrid, el año 1823. Mis padres eran de procedencia vasconavarra y de condición social muy modesta, por lo que tuve que cursar los estudios con enormes sacrificios. Aquí donde me ve, digo las cosas como fueron. No soy presumido, y, por tanto, no presumo ni de vasco ni de marqués. En 1839 ingresé en la Escuela de Caminos, un frío día de noviembre, y terminé la carrera en 1844, formando parte de la sexta promoción de este centro. El 1 de enero de 1845 fui destinado al distrito de Asturias y León, prestando servicio en la provincia de Asturias. Mi primer proyecto fue el de la carretera de Villaviciosa a Pola de Siero, y seguidamente recibí el encargo de construir un camino en Avilés, de hacer un proyecto de carretera de Oviedo a Grado y de la voladura de una peña a la entrada de la ría de Villaviciosa. Y en estas ocupaciones estaba cuando se me encargó el estudio del trazado y condiciones que debería seguir la futura línea férrea de Langreo, que terminé en el verano de 1846. El estudio, sin duda, fue del agrado de quienes me lo encargaron, porque acto seguido fui nombrado director facultativo del ferrocarril de Langreo.

—¿Se puso inmediatamente manos a la obra?

—No, porque fui destinado al distrito de Valladolid, aunque por breve tiempo. Por otra parte, yo era consciente de la responsabilidad que contraía, tanto por la novedad del encargo como por hacerlo a través de un territorio tan quebrado como el asturiano. Para colmo, el arte de trazar los caminos de hierro era demasiado nuevo, las reglas y experiencias demasiado inciertas y las opiniones de los técnicos estaban demasiado divididas como para que el ingeniero encargado pudiera seguir un sistema fijo.

—Mas, al fin, se decidió a ejecutar el proyecto.

—Sí. El director de la compañía, don Manuel Beltrán de Lis, me reclamó a Valladolid, donde me encontraba, para que me hiciera cargo de la dirección técnica del ferrocarril de Langreo. Posteriormente me enteré de que don Manuel había intentado contratar a don José de Subercasse, que se encargaba de la enseñanza de los caminos de hierro en la Escuela de Caminos, pero éste rechazó el encargo, y al saber que también se barajaba mi nombre, reconoció que yo era el más indicado, lo que le agradezco. El 13 de febrero de 1847 me incorporé como director técnico a la compañía del ferrocarril de Langreo.

—¿En qué consistía su trabajo?

—Abarcaba el control y supervisión de la ejecución de las obras; la adquisición del material, que inevitablemente tenía que hacerse en el extranjero, la redacción de normas de explotación, etcétera. Tareas acaso excesivas para la responsabilidad de una sola persona. Mas, cuando se es joven, se atreve uno con todo. ¿No dicen los campesinos que «capando se aprende a capar»? Pues construyendo un ferrocarril se aprende a construir ferrocarriles.

—¿Siguió usted trabajando para la compañía una vez concluido el trazado de la vía férrea?

—Sí, hice el diseño de un cargadero en el puerto de Gijón, para el que proyecté un dique exterior en Santa Catalina y una serie de puntos de atraque paralelos a la calle del Comercio. El proyecto fue aprobado en abril de 1853, pero nunca se realizó. Por otra parte, yo me llevaba mal con el director gerente del Ferrocarril de Langreo, un cerril llamado Manuel Mayo, razón por la que renuncié a mi cargo en el ferrocarril en julio de 1855 y solicité el retorno al Ministerio de Obras Públicas, que me destinó al distrito de Orense.

—Por entonces, ¿ya tenía usted la intención de abandonar la ingeniería por la política?

—No, pero sí me daba cuenta de que me iba convirtiendo en un personaje prestigioso, miembro de número de la Sociedad Geográfica de Francia, caballero de la Orden Militar de San Juan y recompensado con importantes medallas y bandas por los servicios prestados al ferrocarril. En 1855, nada más abandonar el Ferrocarril de Langreo, recibí el nombramiento como comendador de número de la Orden de Isabel la Católica y la cruz de Primera Clase de la Orden de San Fernando. Para que se entere el miserable Manuel Mayo.

—¿Qué le impulsó a pasar a la política activa?

—El apoyo y los ánimos que me dieron buenos amigos de Orense y Pontevedra y la confianza que depositó en mí don Antonio Cánovas del Castillo, en mi opinión, el hombre político más importante de este siglo en España. Pero no crea usted, Noriega. Instalado en Orense, durante dos años trabajé sin cesar en la mejora de caminos así como en las obras de los puertos marítimos de la provincia de Pontevedra, hasta que en 1857 obtuve el acta de diputado. A partir de ese momento me trasladé a Madrid, abandoné el ejercicio de la ingeniería y me dediqué por entero a la política.

—¿Y no cree usted que es una pena que, con los conocimientos que había acumulado usted como ingeniero, los malgastara dedicándose a la política?

—Ya. Pero la vida de ingeniero de Caminos es muy dura. En el Congreso de los Diputados no llueve, ni sopla el viento, ni nieva.

—¿Ocupó otros cargos, además de ser diputado?

—Sí, claro. Fui subsecretario del Ministerio de Gobernación y ministro por primera vez con el general Serrano. En 1876 fui elegido senador, en 1878 nuevamente salgo elegido diputado y, finalmente, soy nombrado senador vitalicio por decisión de Cánovas, el cual también consiguió para mí los marquesados de Pazo de la Merced y de Elduayen.

—Siendo un ingeniero tan prestigioso, ¿nunca le ofrecieron la cartera de Fomento?

—No, ni la hubiera aceptado. Como político, mi relación con las Obras Públicas se limitó a conseguir el ferrocarril de Vigo a Orense, que era algo que le debía a mis electores. Pero desempeñé los ministerios de Ultramar y de Estado, y, en la actualidad, soy presidente del Senado desde 1896.

—Echando la vista atrás, ¿no se le ocurre pensar en todas las obras que pudo haber hecho como ingeniero y que no hizo?

—No, ni pienso en eso ni me arrepiento del camino que tomé, y del que estoy muy satisfecho. Una parte de mi vida fui ingeniero; otra, fui gobernante. Es como si hubiera vivido dos vidas.

Así era Vigo hace 45 años...

“Descripción topografico-historica de la ciudad de Vigo, su ria y alrededores”

Os presento un ejemplar escaneado del libro “Descripción topografico-historica de la ciudad de Vigo, su ria y alrededores”, editado en 1840 y que narra cómo era la vida en la ciudad (y la ciudad misma) alrededor del año 1830.

El libro está escrito por el médico Nicolás Taboada y Leal. Este ejemplar en concreto, está depositado en la biblioteca de la Universidad de Michigan.

Para acceder pincha en el enlace siguiente:

http://books.google.com/books?id=1wRXAAAAMAAJ&printsec=titlepage&hl=es#PPA7,M1